Los silirianos

Caminaron durante horas. Olym se adelantaba de vez en cuando para marcar el terreno simbólicamente, asegurándose de que pudieran regresar si algo alteraba la percepción del espacio. Javier mantenía el visor activo, aunque los datos ya no servían: el lugar no podía medirse con lógica. Lo único constante era la palabra. “Perdóname.” No se escuchaba con los oídos. Se sentía en los huesos. A veces parecía dicha por un niño. Otras por una mujer. A ratos, por Javier mismo. —Este lugar… —susurró Nist—. Tiene algo de nosotros. —No de nosotros —dijo Olym—. De lo que podríamos haber sido. Finalmente, llegaron a una cámara natural abierta en el centro del abismo. Allí, entre raíces petrificadas, flotaba una estructura cristalina, girando lentamente. Era un nodo incompleto. Una red fracturada. Las líneas de energía fluían hacia él, pero no entraban. Algo las repelía. —¿Qué lo bloquea? —preguntó Nist. —Culpa —dijo Javier, con una certeza que lo estremeció. Caminó hasta el centro. El símbolo blanco lo siguió. Y entonces, lo vio. Su rostro. Reflejado en el cristal. Pero no era él. Era él mismo en otra línea. Uno que había elegido otra cosa. Uno que había huido. Uno que había deja