El manuscrito de Constance

Una vez oí que el perdón es una liberación, y no hay nada más cierto. Las grandes desgracias que desencadenan venganzas épicas son memorables. Algunas de las novelas que las narran son mis favoritas, y por supuesto también algunas de las películas que más veces he visto. Y es que consumar una venganza es una satisfacción intangible. La liberación que la sucede es tan grande que tras ella sólo hay un vacío enorme. Por ello, El Manuscrito no va de eso. Aquí no hay ninguna venganza, pero sí que hay mucha vida y superación, que son opciones mucho más humanas. El perdón nos libera a nosotros, y no al causante del daño. No es cierto que renunciar a la venganza sea de cobardes, pues es mucho más valiente optar por sobrevivir a una desgracia, que ennegrecer nuestro corazón con el anhelo del dolor ajeno, pues ese dolor jamás reparará el que nosotros sufrimos. Elegí a una pobre inocente adolescente, que se creía rebelde, para que sufriera la mayor de las desgracias. Ella tuvo que aprender en muy poco tiempo lo que a mí me llevó décadas. Como veréis -aunque ya al final-, ella se queda sola en su pueblo natal, como solos estamos los que optamos por perdonar.